Cuando empieza a llover fuerte, seguido, y parece que no fuera a parar nunca, bien podría el mundo convertirse en un invierno perpetuo. No hay adónde ni a quién huir en esos días. No queda otra que mirarse al espejo, directa y honestamente. Clavar la mirada en los propios ojos y verse, verse por lo que se es. Y quererse todo lo que no le quieren a uno.
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